EL PAÍS, martes 27 de mayo de 2008
PERE RÍOS -
Hace décadas eran vistos como bichos raros, pero ahora son legión.
Más de 110.000 menores ingresan cada año en el ya saturado club de hijos de divorciados. Niños
que tendrán que habituarse, una de dos, a la ausencia de un progenitor, casi siempre el padre,
o a vivir a caballo entre dos casas. Los expertos creen que suele ser mejor para ellos lo segundo, la custodia compartida, pero los jueces siguen decidiendo lo primero.
El 97% de las separaciones acaban con los hijos bajo la custodia de la madre.Una inercia difícil de
romper. ¿Está discriminado el varón en las separaciones? Muchos creen que sí.
Lo importante no es, dicen los especialistas, que los hijos vayan de una casa a otra, sino que el
padre desaparezca de sus vidas tras la ruptura, algo que favorece la ley española. El Código Civil
considera “excepcional” la custodia compartida y para otorgarla es necesario el informe favorable
del fiscal, algo que en países europeos como Francia es habitual y que en el caso de Suecia, por
ejemplo, supera el 90% de los casos.
De las 15.721 rupturas registradas en los juzgados de España en 2006 de las que tienen datos,
en 15.296 casos es el padre quien paga la pensión de alimentos y sólo en 425 ocasiones lo hace la
madre. Es decir, en el 97,28% de los casos la custodia de los menores se concede a la mujer.
La sentencia de divorcio al uso en España atribuye a la mujer la custodia de los hijos, el domicilio
conyugal y una pensión de alimentos. Esas tres patas son las que analiza por separado un proyecto de ley catalán que en pocas semanas entrará en el Parlamento de esa comunidad. Es un
texto pionero en España en el que se establece que la custodia compartida será la norma habitual
que aplicarán los jueces y obliga a los padres a presentar en el juzgado un plan de parentalidad sobre cómo piensan ejercer esa responsabilidad tras la ruptura. El proyecto, además, separa las cuestiones patrimoniales, como la casa y la pensión, de las afectivas, relacionadas con los hijos.
Diversas asociaciones de padres separados entienden que ése es el camino y ya han empezado
a exigir al Gobierno de Rodríguez Zapatero que cambie la ley actual. Uno de los que está más
implicado en esa batalla es Joan Carles Castañé, que saltó a los medios de comunicación hace unos meses, cuando una juez le negó la custodia compartida de sus dos hijos porque era cojo, entre otras razones. Recurrió y la Sección 18 de la Audiencia de Barcelona no sólo no le dio la razón, sino que modificó el pacto que tenía con su ex mujer sobre el régimen de visitas a los hijos, que ahora tienen ocho y cuatro años. En aplicación de esa sentencia, los niños pernoctan los lunes con la madre; el martes, en casa del padre; el miércoles vuelven con la madre; el jueves están con el padre desde que salen del colegio hasta las 20.00. Después con la madre y, el viernes empieza el fin de semana con el progenitor que corresponda, alternativamente.
Las cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE) señalan que en 2006 se produjeron en España 145.745 rupturas matrimoniales —126.952 divorcios y 18.793 separaciones—, que afectaron a 110.982 hijos menores de edad. Una cifra notable comparada con las 211.818 bodas que se celebraron el mismo año. Durante 2005, se rompieron otras 136.876 parejas y los menores afectados fueron 86.465.
Del comportamiento de esos padres y de la decisión del juez depende la vida cotidiana de centenares de miles de niños en España.
Y es que las mujeres siguen siendo, en su gran mayoría, las encargadas de la crianza y educación
de los hijos, pero cada vez surgen más padres que, tras el divorcio, se implican en ello. Y,
sin embargo, la justicia no les reconoce como tales en la mayoría de las ocasiones. A veces, mal
aconsejados por sus abogados, renuncian de entrada a pedir la custodia compartida. ¿No hablábamos de sociedad igualitaria? “No comprendo que los jueces invoquen siempre el interés del menor y que los niños han de tener una estabilidad emocional y después dicten sentencias como la mía”, se lamenta Castañé. Pese al trasiego diario, sus hijos siguen integrados en su medio
social y familiar. Su comportamiento es el de miles de hombres y mujeres, que en muchos casos,
y si su economía lo permite, se quedan a vivir en el barrio de su antiguo domicilio para mitigar
en los menores los efectos de la ruptura.
Como Antoni Duran, que tiene 46 años y se separó en 2003. Su ex mujer tiene reconocida la custodia, pero el hijo, de 14 años, pasa la mitad de la semana con su padre y la otra mitad con la madre.
Fue él quien se quedó el domicilio conyugal, tras comprarle a ella la mitad, y la mujer se marchó
a vivir a otro piso en el mismo barrio del Eixample barcelonés.
“Lo importante es tener claro que se separa la pareja, no los hijos, y que se es padre toda la
vida”, dice.
El profesor de instituto y coordinador pedagógico Alejandro González, con más de 20 años de
experiencia, también quita hierro a los efectos de la doble residencia en las notas. “Depende de
cada estudiante, pero la movilidad de domicilios incluso puede llegar a ser positiva. Superado el
impacto de la ruptura, los chavales aceptan como normal que tienen dos casas y eso no tiene porqué influirles en los estudios”.
“Lo importante es repartir de manera equitativa el cuidado y la cría de los hijos, aunque sea en
dos viviendas distintas”. Pero la legislación española no va por ahí, explica Francisco Serrano,
juez de familia de Sevilla desde hace 10 años. “No es razonable que se creenmás juzgados de violencia sobre la mujer que juzgados de familia. En lugar de favorecer la mediación se está estimulando el conflicto”. Julio Bronchal, psicólogo especializado desde hace más de 10 años en conflictos familiares y maltrato infantil también lo tiene claro. “Siempre es preferible el tránsito entre domicilios de padres que la ausencia de uno de ellos”, que es la situación que viven la mayoría de hijos de padres separados.
En las relaciones de pareja, como en las de padres e hijos, la distancia puede ser el olvido. O
no. Elisa G., de 39 años, vive en Santander y se separó en 2005. Tiene la custodia de los dos hijos, mellizos de 11 años, que están con su padre dos días por semana y fines de semana alternos. Él se quedó a vivir en el mismo barrio, “y eso ha sido muy bueno para los niños, pero no para mí”. Reclama que no se revele su identidad y explica que se ha sentido acosada durante años “por un hombre
Discriminado por ser hombre
La custodia compartida se abre paso como la mejor opción para los hijos
de separados. Pero el 97% se concede a la madre ¿Queríamos igualdad?
La sociedad actual se articula sobre familias que han adoptado formas muy diversas.
Del modelo de familia en donde un padre y una madre educaban a los hijos hemos pasado, entre otras, a las familias monoparentales, reconstituidas o familias sin vínculos legales. Aún lo anterior, todas comparten una característica común, como es el hecho de que el reparto de papeles del trabajo en el hogar y del que sale de él, para buscar los recursos con los que sustentarlo, se ha diluido. Los padres y las madres son, con desigual distribución, encargados
del hogar y trabajadores que pasan largas jornadas de trabajo fuera de casa.
De este modo, los hijos de éstos se han acostumbrado a pasar de las manos de sus progenitores a las manos de los docentes, para luego transcurrir por las manos de los encargados del comedor escolar, la ludoteca, el transporte escolar, las clases extraescolares, los abuelos, los trabajadores
domésticos hasta que, a altas horas de la noche, vuelven a los brazos de sus padres que, en el mejor de los casos, juegan un poco con ellos, los bañan, dan de cenar y acuestan.
A poco que nos fijemos los niños van de un universo a otro sin mostrar mayores
esfuerzos y,más importante aún, secuelas.
En las familias donde los padres están divorciados los niños añaden a lo anterior la
alternancia de habitaciones, fines de semana y vacaciones con sus respectivos padres,
sin referir tampoco trauma alguno a los profesionales. Los psicólogos tenemos
claro que los niños necesitan crear vínculos fuertes y que cuantos más creen mucho
más seguros se desarrollarán. Los vínculos que establecen les enlazan con las figuras
significativas de su entorno—padres, abuelos, amigos— y con los mundos privados
que rodean a cada uno, que les ofrecen alternativas, afectos ymodelos distintos. El
mayor dolor que puede sufrir un niño en un divorcio es ver cómo sus padres se enfrentan
y sentir que pierde la posibilidad de estar en contacto con uno de ellos. Si,
además, esto es impuesto por uno de los padres, que le obliga a profesar un amor
fiel, a la par que un rechazo encarnizado al otro, el dolor se convertirá en maltrato.
Nuestra sociedad debe entender que las parejas se rompen, pero que eso nunca
ocurrirá con la familia del niño. Allí donde esté ese hombre y esa mujer serán su padre
y su madre. A fin de cuentas, y como todos sabemos, para educar a un niño hace
falta toda la tribu. ¿De qué nos extrañamos entonces?
José Manuel Aguilar es psicólogo clínico. Autor
del libro Tenemos que hablar. Cómo prevenir
los daños del divorcio.
El falso mito de la estabilidad
EL PAÍS, martes 27 de mayo de 2008
dimarts, 27 de maig del 2008
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