«Me tratan como a un maltratador y una sentencia dice que no lo soy»
Un castreño acusado «falsamente» de agredir a su mujer no puede entrar en su casa ni acercarse a su hija pese a haber sido ya absuelto
20.04.10 - 00:39 -
«Me tratan como a un maltratador y no lo soy». Aingeru Sanz se aferra a la sentencia que le exculpa de infligir malos tratos a su mujer como la única manera de lavar su honor, el mismo que vio «pisoteado» la noche en la que la Guardia Civil le sacó de su propia casa, en Castro Urdiales, para pasar la noche en el calabozo. «Como si fuera un delincuente», se lamenta. Por eso agita con vehemencia ese papel con membrete judicial en el que se hace constar que la «versión» de su esposa, de la que está en camino de separarse, ha quedado «completamente desmontada», según señala la sentencia. Aingeru es, a los ojos de la ley, inocente; sin embargo, lleva un mes sin poder entrar en su casa ni ver a su hija fuera del punto de encuentro familiar, una de las experiencias «más deprimentes y humillantes» de su vida.
El juez de Familia del Juzgado número 7 de Sevilla, Francisco Serrano, destapó hace unos días la caja de los truenos al pronunciarse sobre la existencia de presuntas denuncias falsas por maltrato a la mujer que, en su opinión, están «empujando al suicidio a muchos hombres». Aingeru muestra el recorte de prensa subrayado; «yo doy muestra de que estos casos pasan», dice. Y aunque la directora del Instituto de la Mujer, Laura Seara, asegurase ayer mismo que estos episodios son «anecdóticos» y tilde de «peligrosos» este tipo de debates, la fría estadística queda en papel mojado cuando la excepción le toca a uno.
Paradójicamente, la peripecia de este bilbaíno comenzó el pasado día del Padre, el 19 de marzo. La relación con su mujer, una joven mejicana con la que se casó hace dos años tras una breve relación por internet, había empezado a hacer aguas y ese día decidió irse de excursión con su hija, de un año, su madre y su hermana. Al volver, discutieron -«me acusaba de haber desatendido a la niña»- y Aingeru decidió «dar una vuelta con el perro». Cuando volvió, dos horas después, la Guardia Civil le estaba esperando: su mujer le acusaba de maltratarla. «Les dije que no hacía falta esposarme, pero aún así fue humillante. Me sacaron de mi casa y pasé la noche en el calabozo, como un maleante», recuerda.
Al día siguiente, se celebró un juicio rápido. El juez, tras reconocer que no había parte de lesiones y que las declaraciones eran «contradictorias», impuso a Aingeru, como medidas cautelares, una orden de alejamiento y un régimen de visitas de su hija en fines de semana alternos en el punto de encuentro familiar de Castro Urdiales. La sentencia posterior, dictada quince días después, absuelve a Aingeru de «una falta de vejaciones e injurias» tras reconocer «versiones contradictorias sobre unos hechos de dudosa credibilidad» y aprecia en la acusación un móvil de «resentimiento o enemistad».
«Víctima de un montaje»
Pese a que el fallo deja sin efecto las medidas cautelares, la lenta maquinaria judicial -que establece unos plazos para comunicar la sentencia a las partes y poder presentar recursos- impide que, un mes después de los hechos, Aingeru pueda entrar en su casa ni, por tanto, trabajar: es agente comercial y lleva todas las gestiones desde el ordenador que tiene en su domicilio. Tampoco está autorizado a llevar a su hija al parque; el pasado fin de semana volvió a verla en el punto familiar, «un sitio lúgubre, sucio y con cuatro juguetes rotos».
«Me siguen tratando como a un delincuente cuando hay una sentencia que dice que no lo soy y que he sido víctima de un montaje de mi mujer debido a la separación. Hay una ley que protege a las mujeres del maltrato pero, ¿cuál es la ley que me protege a mí?», se pregunta.
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